Es bien sabido por la gente de ciencia que la historia humana podría contarse sin la necesidad de mencionar a nadie en específico.
No hay rey o profeta lo suficientemente importante como para alterar la historia, todo el poder que pudieran tener
les fue prestado por fuerzas superiores. Las personalidades son simple relleno, y las acciones y los eventos son todos determinados por
el desarrollo del resto de las cosas existentes. Hoy sabemos que la Segunda Guerra Mundial, por poner un ejemplo ya zanjado, no fue debida
al nacionalismo de los alemanes, ni a las maquinaciones de los judíos, y mucho menos a la psicopatía de un tal pintor austriaco, sino que
respondía en última instancia a necesidades económicas de la época, es decir, a que la propia forma de organización social de los excedentes
del hombre requería del sacrificio de parte de los propios excedentes para poder reproducirse en el tiempo, y partiendo de esto, el conjunto
de la sociedad, inconscientemente, se ocupó de generar ideologías y personas a la altura. El hombre realmente existente no es responsable de
nada.
En mi empresa, los que estamos en los huecos liminales de la jerarquía estamos en un constante estado de lucha interna, de conflicto o calma tensa;
nos pisamos entre nosotros porque todos queremos lo mismo: expandirnos, y no hay reunión de coordinación previa por parte de la gente de
prevención de riesgos que pueda evitar esto. De aquí se derivan todo tipo de dramas. Hay momentos en los que las
situaciones adquieren el dramatismo que sólo veo en mis ensoñaciones sobre la caída de los grandes imperios de la historia, todavía tengo grabada
a fuego la visión de un encargado desesperado arrodillado ante su jefe por la falta de personal en fechas de fiestas locales, esa mirada suplicante
sólo la había visto yo antes en cuadros, y sin yo esperarlo, un día la tenía ahí, hecha carne, era palpable. El no tener piezas
que montar por culpa de los de pintura es como una hambruna, la pérdida de marcas por culpa de los de logística es el mayor acto de negligencia de este siglo,
y robarle piezas a los responsables de los otros proyectos es como robarle mujeres a una tribu rival.
Sin embargo, los terremotos que vivimos los de abajo, en la dirección no son mas que un suave mecer, si acaso. Así de bien está diseñado este
edificio, y así funciona la organización politicoeconómica del ser humano. Las grandes muestras de heroísmo, villanía, nobleza y desesperación
quedan en nada cuando son vistas desde lo alto. ¿Merecen la pena? Verlas como si fuesen simplemente
fenómenos en una enorme red de fenómenos sería aburrido.
El propio deseo (guía suprema de todo juicio, fuente del discernimiento de lo válido) apunta a que no hay nada más noble que entregarse de lleno
al mundo de los engaños y las tragedias terrenas. "No hay diferencia entre lo real y lo mítico", así hablaría
el hombre con sangre en las venas, si este tuviera conciencia.
A quienes pequen de saber demasiado les remedio entonces el olvido, el redescubrimiento de lo bajo, de lo caprichoso, de lo inocente, de la
maravilla, del tribalismo, de la fe, de lo erótico, de la nobleza, del cuerpo, de los dioses viejos y celosos que tomaban partido por unos o por otros...
Muy grande tiene que ser mi enfermedad para que yo diga estas cosas, nunca alguien sano habló así. Y es cierto, desde muy pequeño he vivido asqueado con el mundo, he vivido mi cuerpo como si me fuese extraño, he tratado de contener y castrar mis instintos, y ahora me siendo atrofiado. Mi preferencia por la verdad y lo objetivo antes que por la
mentira y lo ambiguo era interesada, estos conceptos luminosos me servían más para ensombrecer a la chusma que
para verdaderamente conocer cómo funcionaba el mundo, cosa que cada día me importa menos. A la gente mundana la desprecié porque actuaban como yo no me veía capaz de actuar: con naturalidad, como pez en el agua, con ligereza. Bailaban, se reían, eran unos ignorantes, y les iba mejor por ello. Ahora me veo expulsado de todos lados, vagando por donde puedo, con un ojo abierto y el otro cerrado, sin poder hundirme en lo bajo e instintivo y sabiendo que no hay verdad de las de uve mayúscula tras la que pueda esconderme. Yo creo que a veces la gente no sabe la gravedad de lo que están viviendo, hace falta estar un poco enfermo para verlo, o eso me gusta decirme al menos.
Todo esto que relato alcanza su punto crítico en el sexo. Hasta escribirlo me da miedo. Aceptar que tengo deseos me da miedo. Aceptar que puedo ser deseado me da miedo. Siempre lo he estado postergando, de una forma u otra. De pequeño bastaba con poner una mueca de asco, pero con el tiempo tuve que buscar otras defensas, y así pasé a identificarme con sexualidades y géneros novedosos que oscurecían el significado del coito, de lo masculino, y de lo femenino, y que los desligaban de toda cosa tangible. Me llevé casi cinco años sin admitirme a mí mismo que me gustaban las mujeres. En los trasfondos de mi conciencia siempre acechaba el pensamiento terrible de que los humanos somos al fin y al cabo animales, y como tales tenemos instintos bien primitivos, muy anteriores a la sexualidad y a otros inventos modernos. Hace unos días fui a la playa con unos amigos. Lo que más disfruté del día fueron mis forcejeos en el agua con una amiga. Ella no pudo hundirme ni una vez, aunque muchas veces partió con ventaja. Yo, que soy más grande y más fuerte, hice con ella lo que quise... casi todo lo que quise. No sé si debería agradecerle al agua el haberme escondido la erección, ojalá las olas no le hubiesen ocultado a mi amiga mis deseos. Llegará el día en el que me desbordaré como una copa llenada en exceso, como el Sol que brilla desnudo sobre toda la Tierra en un derroche infinito de pura vida, y me hundiré en mi amiga, en todas las mujeres, y en todas las cosas bonitas del mundo, especialmente en aquellas que nunca me he dado permiso para admirar abiertamente.
Tanto a la gente "leída" como a la "vivida" le he de decirle que lo siento, realmente soy como un toro, a mi mente le cuesta captar las ideas sutiles y abstractas, mis pensamientos son físicos, pesados, tan densos que tienen sombra, y tiendo a rumiarlos y rumiarlos hasta el agotamiento de lo duros que son, de ahí la tosquedad e inmediatez de mis textos. Ni soy un intelectual ni soy alguien del que pueda decirse que vive, soy un monte en pleno deshielo, un anuncio de la primavera que viene.